viernes, 24 de diciembre de 2021

Navidad, tiempo de compartir: los lectores comparten, y el autor también (capítulo I de La fragua)

 


Ante el calor de La fragua, el fresco de La pileta (foto aportada por el lector Daniel Petoletti)


CAPÍTULO I

EN LA PRIMERA PALABRA LÍMPIDA (ERNST)

 

 Había esperado con ansia la noche de bodas para que nada de lo que debía suceder fuera inesperado. Todo debía ajustarse a lo pensado, imaginado, deseado tantas noches. El ritual marcaba empezar por sus piernas, lugares repetidos de la primera caricia. Luego, el pelo: antes de posarse suavemente sobre el cabello ensortijado, la mano describió una finta en el aire.

Apreciar la belleza de ese cuerpo grácil entregado a su contemplación lo inundó de emoción. Por un momento, apartó la vista de ella y la paseó por el cuarto. La semipenumbra y las luces ambarinas creaban un clima cálido, apropiado para su intimidad.

 Con la delicadeza de un amante oriental, acercó el cirio a la llama trémula del hornillo de esencias, encendiéndolo y protegiéndolo de la brisa que soplaba entre las cortinas. Prolongando el juego, durante un instante aspiró la fragancia que ella había escogido y después se aproximó lentamente, del lado de la cama opuesto al balcón del cuarto de hotel.

Sus pasos no hacían ruido ni dejaban marca sobre la alfombra. Inclinó el cirio hacia el vientre terso de la mujer y dejó caer varias gotas de cera. Pese a que estaba caliente, ella no se quejó. Hacía minutos que estaba muerta.

 


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