CAPÍTULO XI (fragmento)
Llegaron temprano por la mañana. Luego de dejar el
vehículo a cargo de un lugareño en el refugio de piedra con tejados rojos próximo
al río Yuspe, él y el grupo de cuatro turistas –dos santafesinos y dos porteños–
emprendieron el camino hacia Los Gigantes, las moles graníticas ubicadas al
norte de la Pampa de Achala. Los excursionistas llevaban el equipaje
indispensable, tal como se los había indicado, para que la marcha se hiciera a
buen ritmo. Solo uno, el santafesino de mayor edad y ascendencia alemana,
llevaba bastones telescópicos para trekking.
El primer tramo de la travesía por los ojos de agua
que formaba el Yuspe en las rocas se hizo más lento: el líquido resonaba en
pequeñas cascadas, se intrincaba en laberintos rocosos y los turistas se
detenían a menudo, maravillados por los estanques naturales formados en las
oquedades de piedra, semejantes a morteros excavados por una raza de gigantes.
El cielo, reflejado en esos pozos, parecía más próximo que nunca. Las montañas,
en cambio, aún se veían lejos. Habían caminado largo rato y Los Gigantes lucían
impertérritos y distantes respecto de la expedición.
La meseta de pastizales recios, azotada por el
viento, fue dejando paso a las rocas de la base del macizo. Una nube dividía la
vista de la montaña en dos partes: la más baja, con sus rocas iluminadas,
atravesadas por múltiples vetas, grietas y fisuras: el nivel siguiente, solo
visible como una silueta oscura. Pronto comenzaría el ascenso más trabajoso.
Al llegar al pie del cordón, les explicó que el trekking
que estaban haciendo se podía considerar como un paso intermedio entre la
actividad de campamento y el montañismo. En los dos días siguientes iban a
tener oportunidad de hacer otras actividades de escalada.
–Incluso vamos a practicar rappel, una
técnica que se utiliza para descender por medio de cuerdas en zonas verticales
o muy inclinadas –les dijo.
La mañana estaba soleada y no muy fría, pese a la
altura. El viento hacía cimbrear los pastizales y la cadena montañosa se
sobreponía al horizonte que sus ojos podían abarcar. Los turistas se
maravillaron con el descubrimiento de una cueva y un manantial cercano
surgiendo entre las piedras. Él aprovechó para ilustrarlos e impresionarlos a
la vez.
–Las rocas del lugar son fascinantes. Tengan en
cuenta que el cuerpo de Los Gigantes es una intrusión de granito del período
precámbrico, así que abundan rocas coloridas de los tres materiales que forman
el granito: la mica, el cuarzo y el feldespato.
Los turistas lo miraron, sorprendidos por sus conocimientos;
no les dijo que ese detalle en particular no lo había aprendido leyendo
material de geología, sino el cuento Final del Juego, de Julio Cortázar.
–Considérense afortunados por estar en Córdoba, una
provincia hermosa, que es casi como una representación a escala del país: tiene
una columna vertebral al modo de la cordillera, compuesta de varias cadenas de
montañas, de las cuales están viendo la más grande e imponente; tiene también
amplias extensiones de llanura, como las pampas, montes, desiertos y salares; y
hasta un mar propio, el único mar interior de la Argentina.
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