martes, 19 de abril de 2022

Caraballo llega a Metzadir en La fragua

                                                                     CAPÍTULO XLIX (fragmento)

IO

Pasado el primer momento de tensa expectativa, Máximo sintió frustración: no había nadie en la vivienda. La consigna en ese caso era revisar, con precaución de no malograr ninguna inspección posterior, ya que cada centímetro de la casa iba a ser analizado. Rápidamente, el grupo se dividió el examen de la estancia. Con la adrenalina fluyendo todavía y después de hacer un recorrido por distintas habitaciones, Caraballo se dirigió al pasillo que comunicaba con el subnivel. Al aproximarse a la escalera, advirtió una inscripción realizada en la pared oscura por encima del dintel de la puerta que marcaba el tránsito hacia el subsuelo. Eran caracteres extraños, cuya procedencia no reconoció.



No parecían árabes, aunque tenían reminiscencias orientales. Máximo hizo que les tomaran varias fotografías y luego descendió por las escaleras hacia el subsuelo.

Al ingresar, apareció ante él un enorme y lóbrego pasaje cuya disposición le recordó inmediatamente a la galería de un museo. No había cuadros colgando de la pared, sino dos series de imágenes: las fotos seriadas de un recorrido por el Jardín de los Fugitivos en el muro derecho y la propia recreación que Corostic había realizado en el muro de la izquierda, con los cuerpos de las víctimas emulando a los muertos por la erupción.


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Analía Bonifay y el autor, con los ejemplares que intercambiaron

  Foto tomada en el encuentro de Narrativa en Biblioteca Córdoba, viernes 27/9/2024.