CAPÍTULO XLIX (fragmento)
IO
Pasado el primer momento de tensa expectativa, Máximo
sintió frustración: no había nadie en la vivienda. La consigna en ese caso era
revisar, con precaución de no malograr ninguna inspección posterior, ya que
cada centímetro de la casa iba a ser analizado. Rápidamente, el grupo se
dividió el examen de la estancia. Con la adrenalina fluyendo todavía y después
de hacer un recorrido por distintas habitaciones, Caraballo se dirigió al
pasillo que comunicaba con el subnivel. Al aproximarse a la escalera, advirtió
una inscripción realizada en la pared oscura por encima del dintel de la puerta
que marcaba el tránsito hacia el subsuelo. Eran caracteres extraños, cuya
procedencia no reconoció.
No parecían árabes, aunque tenían reminiscencias
orientales. Máximo hizo que les tomaran varias fotografías y luego descendió
por las escaleras hacia el subsuelo.
Al ingresar, apareció ante él un enorme y lóbrego
pasaje cuya disposición le recordó inmediatamente a la galería de un museo. No
había cuadros colgando de la pared, sino dos series de imágenes: las fotos
seriadas de un recorrido por el Jardín de los Fugitivos en el muro
derecho y la propia recreación que Corostic había realizado en el muro de la
izquierda, con los cuerpos de las víctimas emulando a los muertos por la
erupción.
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