CAPÍTULO IV (fragmento)
Dasombrío ordenó su escritorio y colocó en su
revistero de publicaciones recientes los envíos en inglés que había recibido
por correo esa semana: acomodó el Journal of Personality Dissorders para
tenerlo a mano, dispuso más al fondo el Criminal Justice and Behavior y
se sentó a estudiar el expediente del caso luego de prepararse un café.
El análisis de los crímenes le había dejado algunas
pautas: se trataba de un asesino que planeaba sus incursiones, mataba
rápidamente y montaba una escena para hacer realidad sus fantasías, teniendo a
las víctimas femeninas como foco de su interés. El profesor intuía que para
entender al asesino había que ver a las mujeres como objetos de un montaje que había
estado en su mente antes que en el mundo real. El significado que para él tenía
el crimen y el modo en el que cada víctima mujer había sido escogida debían
proporcionar las claves de su perfil.
Con esos elementos, optó por comenzar la lectura desde
el segundo asesinato, el punto a partir del cual se lo había convocado; luego
iría hacia atrás. La carpeta incluía los protocolos de las autopsias. Revisó
las páginas hasta que encontró, junto a las respectivas firmas, los sellos con
las calificaciones de los especialistas forenses que habían hecho el trabajo:
un médico clínico y una especialista en traumatología.
Al comenzar a leer el documento, se preguntó si,
considerando el revuelo ocasionado en el hotel al descubrirse el crimen, el
personal policial había podido mantener a raya a los curiosos para hacer su
trabajo; quizá al médico forense y a su ayudante se les podía haber complicado
la tarea de tomar notas detalladas sobre el emplazamiento preciso de los
cuerpos (era una consigna de manual evitar cualquier distorsión en la escena
del crimen).
El expediente decía que ninguna huella digital
había sido levantada del cuarto. Anotó a pie de página una pregunta: “Víctor, ¿estamos
seguros de que nadie intervino en la escena del crimen?” y siguió leyendo el
informe.
“El asalto a la pareja se habría
producido entre las 6 y las 7 AM del 17 de marzo”. La hora del ataque y de los decesos se basaba en el
informe del forense que realizó la autopsia. Eran necesarios estudios
adicionales de anatomía patológica para determinar con más precisión el momento
exacto de cada muerte y el intervalo de tiempo entre ambas. Muchas veces, las
estimaciones iniciales se basaban en cálculos realizados a partir de la
temperatura de los cuerpos, los cuales no eran del todo exactos.
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