Llegaron temprano por la mañana. Luego de dejar el vehículo a cargo de un lugareño en el refugio de piedra con tejados rojos próximo al río Yuspe, él y el grupo de cuatro turistas –dos santafesinos y dos porteños– emprendieron el camino hacia Los Gigantes, las moles graníticas ubicadas al norte de la Pampa de Achala. Los excursionistas llevaban el equipaje indispensable, tal como se los había indicado, para que la marcha se hiciera a buen ritmo. Solo uno, el santafesino de mayor edad y ascendencia alemana, llevaba bastones telescópicos para trekking.
El primer tramo de la travesía por los ojos de agua que formaba el Yuspe en las rocas se hizo más lento: el líquido resonaba en pequeñas cascadas, se intrincaba en laberintos rocosos y los turistas se detenían a menudo, maravillados por los estanques naturales formados en las oquedades de piedra, semejantes a morteros excavados por una raza de gigantes. El cielo, reflejado en esos pozos, parecía más próximo que nunca. Las montañas, en cambio, aún se veían lejos. Habían caminado largo rato y Los Gigantes lucían impertérritos y distantes respecto de la expedición.
La meseta de pastizales recios, azotada por el viento, fue dejando paso a las rocas de la base del macizo. Una nube dividía la vista de la montaña en dos partes: la más baja, con sus rocas iluminadas, atravesadas por múltiples vetas, grietas y fisuras: el nivel siguiente, solo visible como una silueta oscura. Pronto comenzaría el ascenso más trabajoso.
Al llegar al pie del cordón, les explicó que el trekking que estaban haciendo se podía considerar como un paso intermedio entre la actividad de campamento y el montañismo.
Foto gentileza Agencia Córdoba Turismo.
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