CAPÍTULO XXXVI (fragmento)
Loringhoven enganchó la gargantilla en su mentón y suspiró. Afuera hacía
un día precioso, pero sería una jornada larga, en la que trabajaría hasta que
cayera el sol.
De todos modos, no se quejaba. De profesión
geóloga, se había especializado en vulcanología y trabajaba en el Instituto de
Altos Estudios Espaciales de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae)
en el programa dedicado al estudio de volcanes a través de imágenes
satelitales. Su labor también incluía gratificantes viajes y visitas a conos activos,
en reposo y resabios de vulcanismo en Córdoba y el resto del país.
En ese momento, hacía una pausa en sus tareas en el
centro para dedicarle unos minutos a las actividades académicas relacionadas
con el doctorado en Ciencias Geológicas. Además de ser profesora de ese
posgrado, oficiaba de directora, tutora y docente de consulta de los
doctorandos que estaban preparando sus tesis. Entró a la página web donde se
almacenaban las listas de trabajos en proceso:
- “Geología, Petrología y Geoquímica del basamento
ígneo-metamórfico del sector norte de la Sierra de Velazco, Provincia de La
Rioja”.
- “Paleosismología de la falla de empuje activa La
Calera. Aplicación de modelos de degradación de escarpa de fallas”.
- “Geología, mineralogía y petrogénesis de
yacimientos pegmatíticos del distrito Totoral, Sierra de San Luis, Argentina”.
- “Plutonismo de las Sierras de Altautina y
Quebrada del Tigre, de las Sierras Pampeanas Orientales, Argentina”.
- “Diaclasas verticales, efecto de retracción,
redes hexagonales y fragmentación de masa en columnas prismáticas: disyunciones
columnares en ignimbrita en el norte de Chile”.
El seguimiento de tesis era una tarea ardua que
requería de planificación, por lo que revisó bibliografía hasta cerca del
mediodía, cuando empezó a sentir apetito. Entonces, bajó al comedor del
complejo. Luego de ordenar su menú (“la pechuga con ensalada de zanahoria y
huevo, por favor”), buscó una mesa cerca de la ventana.
A esa hora, con el sol en el cenit, el comedor era
especialmente luminoso. Los trabajadores comían distraídamente el almuerzo.
Afuera, el paisaje verde de Falda del Carmen hacía pensar que se trataba de
tierras feraces, aunque en realidad estaban lejos de las pampas y muy cerca de
las sierras.
Un colega se levantó para retirarse con el diario
bajo el brazo. Ella se lo pidió prestado. Como era su costumbre, empezó por la
página de Policiales.
Nunca llegó a hojear el resto de las secciones. Después
de ver la serie de fotos que ocupaban toda la página y de leer rápidamente la
nota a la que ilustraban, reparó en el oficio de la Unidad Judicial de
Homicidios que la acompañaba. Buscó un teléfono fijo y llamó al número que
figuraba allí.
Romich atendió la llamada.
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