CAPÍTULO II (fragmento)
LOS COMPAÑEROS DEL
MIEDO (MAGRITTE)
Mucho tiempo atrás, ambos habían sido dos aventajados alumnos en la universidad. A la vez que mantenían una cordial competencia académica, habían trabado amistad. Dasombrío estaba mucho más dotado para el trabajo clínico que para el teórico, en el que Hagenbach descollaba. Después de graduarse, habían trabajado en colaboración durante algunos años. Cuando comenzaron a dedicarse a casos de delincuentes reincidentes, los caminos profesionales y vitales de ambos iniciaron una lenta pero inexorable separación: Hagenbach se sumergió completamente en la investigación, mientras Dasombrío colaboraba con las fuerzas policiales en la elaboración de perfiles psicológicos de criminales, una de las vertientes de su tarea de diagnóstico en el campo clínico. Por la misma época, se había casado.
A partir de esa bifurcación de caminos, su amigo había consolidado una exitosa carrera como teórico, casado con su ciencia, mientras él llevaba la vida de un marido y profesional enfocado en que sus conocimientos pudieran hacer una contribución social concreta. Ambos habían mantenido una amistad a distancia durante las décadas siguientes, a base de llamadas telefónicas y correspondencia más que de encuentros cara a cara. Siguió atentamente el trabajo de su excompañero, una ardua década fundamentando el vínculo entre la violencia de masas y la existencia de asesinos seriales y múltiples en diversas sociedades. Cuando su tesis recibió las máximas distinciones internacionales, él se alegró sinceramente. Convertirse en una autoridad científica implicó para su amigo atravesar todos los ritos académicos que ambos habían criticado en su época de rebeldía estudiantil, cuando su interés en común por la psicología se mezclaba con su afición por las relaciones especulares.
–Sos como Tycho Brahe, el mayor genio observador de su época. Yo soy como Kepler, el mayor teórico –solía decir su amigo. Muchas veces habían tenido conversaciones citando esa frase, recreando aquel juego de estudiantes. En su juventud, Hagenbach había pensado que un científico social tenía que ser capaz de encontrar la estructura del sistema de comportamiento humano, así como Newton había encontrado la estructura del Sistema del Mundo. Dasombrío, en cambio, se encontraba más interesado por lo que él llamaba el trabajo concreto. A ambos, la presencia del otro le resultaba tan estimulante y fructífera, profesional y humanamente, que, aun respondiendo a impulsos distintos, habían podido trabajar en colaboración durante mucho tiempo.
Con el paso de los años, el positivismo juvenil de Hagenbach había cedido. Cuando publicó su tesis, el éxito en el mundillo académico le dio ocasión a su amigo de felicitarlo y reflotar aquel juego juvenil:
–Ahora sí, podés sentirte Newton.
–Ja, eso me gustaría. Pero los dos sabemos que no es cierto. ¿Recordás Cosmos, de Carl Sagan?
– ¿Qué parte?
–El capítulo en el que escribe que Kepler sistematizó las mediciones de Tycho. Bueno, por mucho tiempo yo no he hecho mucho más que sistematizar las tuyas. Pero estoy lejos de construir leyes de las que pueda derivar las propias observaciones. Sigo siendo Kepler, y vos Tycho Brahe.
El tiempo había pasado, pero ciertas cosas no cambiaban: Hagenbach había apelado ahora a ese mismo recurso para sacarse a Aguirrestegui y al caso de encima. De esa forma, el asunto había llegado al profesor.