Foto aportada por el lector Eduardo Lavayén.
Esta primera novela de Norman Berra es un relato policial que transcurre en la ciudad de Córdoba.
Con el paso del tiempo, desde el 1800 hasta nuestros días, y gracias a la acción de una gran y significativa cantidad de autores, el género policial se ha legitimado como una de las corrientes principales de la literatura.
Es más, en su interior se han consolidado diferentes “tradiciones”: el policial blanco y el negro; el policial de enigma; el thriller; el relato desde el punto de vista del asesino; un policial más político, que narra la corrupción del sistema. Incluso, en los últimos años, la ficción policial que se identifica con la novela social y hace del policía un trabajador más de una sociedad cualquiera.
Sin definirse por completo a favor de una de esas subespecies, Norman Berra (Córdoba, 1972) ha publicado La fragua, su primera novela. La acción transcurre en la ciudad de Córdoba, en plena década de 2010, por algunas referencias textuales, y describe el accionar de nuestra policía frente a un asesino serial: el “señor S” asesina parejas en su noche de bodas.
El recurso de la omnisciencia le permite al narrador transmitirnos desde un principio la idea de que lo sabe todo. Pero para hacer avanzar el relato, Berra dosifica la información que nos brinda y genera un efecto interesante: el lector sabrá más que la policía y los otros actores, pero, por supuesto, menos que el narrador mismo.
¿Otros actores? Además de la policía y el asesino, entrarán en escena el poder político y la prensa. Si lo anterior es propio del policial de enigma, esta es una característica del policial como novela social: la narración busca develarnos algo del orden de lo sociológico, ya que pone bajo análisis a la sociedad misma.
Por un lado, está nuestra evaluación del asesino: ¿es un monstruo? Si lo fuera, no necesitaríamos entenderlo; solo atraparlo y castigarlo. Ahora, si no lo es, si entendemos que es un ser humano más que simplemente traspasó un límite para nosotros infranqueable y cometió un crimen, ¿no es nuestra obligación intentar comprender qué produjo en él esa transformación? Es aquí donde entra en juego un psicólogo forense que se encarga de trazar un perfil del asesino serial para intentar develar su psiquismo, sus ritos, la selección de sus víctimas, y entonces, anticipar sus próximos movimientos.
Por otro lado, ¿pueden los diversos actores sociales entender y respetar los tiempos que le puede demandar a la policía resolver un caso complejo? La novela pone bajo su lupa al poder político y a la prensa, y en ambos casos responde negativamente. El lector, simbólico representante de estos dos agentes, padecerá por momentos en carne propia la lentitud del procedimiento policial, que debe enfrentar el enigma del crimen a infinidad de burocráticos protocolos.
CAPÍTULO XI (fragmento)
Llegaron temprano por la mañana. Luego de dejar el
vehículo a cargo de un lugareño en el refugio de piedra con tejados rojos próximo
al río Yuspe, él y el grupo de cuatro turistas –dos santafesinos y dos porteños–
emprendieron el camino hacia Los Gigantes, las moles graníticas ubicadas al
norte de la Pampa de Achala. Los excursionistas llevaban el equipaje
indispensable, tal como se los había indicado, para que la marcha se hiciera a
buen ritmo. Solo uno, el santafesino de mayor edad y ascendencia alemana,
llevaba bastones telescópicos para trekking.
El primer tramo de la travesía por los ojos de agua
que formaba el Yuspe en las rocas se hizo más lento: el líquido resonaba en
pequeñas cascadas, se intrincaba en laberintos rocosos y los turistas se
detenían a menudo, maravillados por los estanques naturales formados en las
oquedades de piedra, semejantes a morteros excavados por una raza de gigantes.
El cielo, reflejado en esos pozos, parecía más próximo que nunca. Las montañas,
en cambio, aún se veían lejos. Habían caminado largo rato y Los Gigantes lucían
impertérritos y distantes respecto de la expedición.
La meseta de pastizales recios, azotada por el
viento, fue dejando paso a las rocas de la base del macizo. Una nube dividía la
vista de la montaña en dos partes: la más baja, con sus rocas iluminadas,
atravesadas por múltiples vetas, grietas y fisuras: el nivel siguiente, solo
visible como una silueta oscura. Pronto comenzaría el ascenso más trabajoso.
Al llegar al pie del cordón, les explicó que el trekking
que estaban haciendo se podía considerar como un paso intermedio entre la
actividad de campamento y el montañismo. En los dos días siguientes iban a
tener oportunidad de hacer otras actividades de escalada.
–Incluso vamos a practicar rappel, una
técnica que se utiliza para descender por medio de cuerdas en zonas verticales
o muy inclinadas –les dijo.
La mañana estaba soleada y no muy fría, pese a la
altura. El viento hacía cimbrear los pastizales y la cadena montañosa se
sobreponía al horizonte que sus ojos podían abarcar. Los turistas se
maravillaron con el descubrimiento de una cueva y un manantial cercano
surgiendo entre las piedras. Él aprovechó para ilustrarlos e impresionarlos a
la vez.
–Las rocas del lugar son fascinantes. Tengan en
cuenta que el cuerpo de Los Gigantes es una intrusión de granito del período
precámbrico, así que abundan rocas coloridas de los tres materiales que forman
el granito: la mica, el cuarzo y el feldespato.
Los turistas lo miraron, sorprendidos por sus conocimientos;
no les dijo que ese detalle en particular no lo había aprendido leyendo
material de geología, sino el cuento Final del Juego, de Julio Cortázar.
–Considérense afortunados por estar en Córdoba, una
provincia hermosa, que es casi como una representación a escala del país: tiene
una columna vertebral al modo de la cordillera, compuesta de varias cadenas de
montañas, de las cuales están viendo la más grande e imponente; tiene también
amplias extensiones de llanura, como las pampas, montes, desiertos y salares; y
hasta un mar propio, el único mar interior de la Argentina.
Foto del río San Antonio en la zona de Cuesta Blanca (fuente: Airbnb).
CAPÍTULO III (fragmento)
EL OJO DEL SILENCIO (ERNST)
Le gustaba caminar por el río bordeando las rocas,
que allí eran grises e imponentes, y disfrutaba en particular de ese lugar al
que le había dado un nombre propio: El Ojo del Silencio, porque le recordaba al
cuadro de Max Ernst, una especie de teatro con rocas altas donde el río se
encajonaba, proyectando reflejos y reverberaciones de luz danzando contra las
aristas de piedra que enmarcaban ese tramo del río San Antonio.
La fascinación por el lugar tenía que ver con la visión del óleo de Ernst, también con esa especie de embudo silencioso que producía la disposición de las rocas y con el vértigo que sentía al asomarse hacia el calmo y oscuro ojo de agua, unos 20 metros por debajo de sus pies, al que nunca se había atrevido a arrojarse. Desde la primera vez que vio El Ojo del Silencio, experimentó una aprensión difícil de definir, como una suerte de temor reverencial. Esa sensación permanecía como un enigma que no había podido descifrar en cientos de visitas al lugar. Quizá fuera la calma superficie del agua, con una oscuridad que muchas veces no dejaba pasar la luz; quizá fuera ese vacío del que todos los sonidos parecían fugarse, dejando el silencio suspendido entre las paredes de piedra.
A pocos metros de allí, el río se dejaba apreciar en su esplendor de colores, olores y sonidos. El desnivel y el agrupamiento de piedras lo dividían en dos brazos desiguales, sobre un conjunto de rocas grises con vetas más claras en plano inclinado hacia el oeste, formando dos pequeñas cascadas donde el torrente se hacía blanco espuma por un momento para luego retomar su color cristalino, teñido de amarillo hacia la orilla por la arena y salpicado de sol en toda la extensión de la olla en la que se embalsaba antes de encontrar otro rápido. Soplando contra la corriente, el viento de ese momento creaba la ilusión de que el flujo del curso de agua se había invertido.
El río traía piedras de infinitos tamaños, texturas y minerales, como una representación a escala microscópica de la inmensidad de la Creación. Las miraba y se preguntaba de dónde provenían, cuán viejas eran, por cuántas edades del mundo habían pasado, si habían permanecido impasibles allí o habían sido arrastradas desde paredones, cuevas o despeñaderos. Solía pasar horas caminando y saltando descalzo entre las piedras para sentir el contacto con la roca y comprobar satisfecho que su cuerpo aún era firme y que sus reflejos y sentido del equilibrio le permitían hacerlo todo como cuando era adolescente.
CAPÍTULO XXXVIII (fragmento)
Romich, satisfecho por lo que consideraba un momento
cumbre de su carrera periodística, salió a comer con Tapia para festejar.
Fueron a un restaurante recomendado por Di Lillo: consultaron la carta y
pidieron salmón ahumado y cordero con brócoli, todo regado con vino de
excelente cosecha.
Comieron y bebieron abundantemente. A la hora de
los postres, Romich estaba exultante. Quería compartir su buena estrella con
Tapia, con todo el mundo.
–Hoy me llamaron unos policías, tratando de
asustarme. Dijeron que me acusarían por obstrucción a la justicia. ¿Sabés qué
les dije? “Váyanse a la mierda. Sin mí no tendrían nada, la única razón por la
que cuentan con Loringhoven es que yo publiqué las fotos. Yo les di a la
geóloga, que es la única pista concreta que tienen. Hagan lo que quieran, demándenme;
el diario, el canal, todos me respaldarán”.
Tapia sonrió, cómplice.
–Me quieren dar lecciones de ética periodística a
mí, cuando Aguirrestegui y su ladero operan todo el tiempo con ese pregón del
gobierno, ese pasquín oficialista... jajaja, no saben qué hacer, pobres pelotudos,
casi los compadezco.
El periodista bebió un trago de vino. Entonces,
Tapia dijo:
–La verdad, haber llegado a la Cripta antes que la
policía fue un golpe de suerte, ¿no?
–Sí, claro; pero no se trata solo de tener la
oportunidad, sino de saber verla y saber usarla. Y, modestamente, ahí estuvimos
más que bien, ¿no?
El fotógrafo asintió, levantó la copa e hizo el
ademán de brindar.
– ¡Salud!
El Gran Dragón Rojo y la mujer revestida de Sol, acuarela de William Blake que inspiró a Thomas Harris para su novela Dragón Rojo, quien a su vez inspiró al autor.
CAPÍTULO IX (fragmento)
Luego de un almuerzo
compartido de una hora, volvieron a la Central. Dasombrío conversaba con Dell´ Arthur
y Muane, cuando Caraballo se acercó agitando el diario del día. En la página de
policiales había una referencia al flamante equipo de investigación a cargo del
caso del señor S.
– ¿Qué opina de
Hagenbach? Tengo entendido que fueron compañeros de estudio. ¿Le molestó que
intentaran reclutarlo en lugar de haberlo buscado a usted, que ya ha trabajado
antes con la policía? –preguntó Máximo, intentando que pareciera casual, pero al
profesor no se le escapó cierta intención provocativa.
Tomó un vaso de agua
antes de contestar.
–Las cualidades del
doctor Hagenbach están fuera de discusión. Walter ha propuesto una teoría sobre
los asesinatos en serie más abarcativa que las anteriores. Que en Pakistán
hubiera un asesino como Veerapan, que en Yemen apareciera un Abdallah al-Hubal
o que en el siglo XV hubiera existido un Gilles De Rais era difícil de explicar
con las teorías que planteaban a esos asesinatos como emergentes de las
sociedades industriales modernas. Por otro lado, es cierto que conozco a Walter
desde hace años: fuimos compañeros de estudio. Pero pertenecemos a clases
diferentes de especialistas. Él es un gran teórico, un arquitecto de la
especialidad, probablemente el más versado de Latinoamérica en lo suyo, y lo
sabe. También sabe que no es la persona adecuada para trabajar en la
elaboración de un perfil criminal.
–Y usted sí.
–Tengo estudio y
experiencia concreta en diagnósticos y perfiles, que es lo que se necesita en
este caso.
–Entonces, retomemos
el trabajo –propuso Caraballo.
Dell´ Arthur silbó
dos veces para llamar la atención, iniciando la segunda parte de la
reunión.
–El profesor nos
orientará respecto a qué tipo de persona puede ser el señor S. De esa forma, podremos
achicar el rango de sospechosos. Él hará una contribución de especialista, pero
la tarea de descubrirlo es un trabajo colectivo entre todos. Para eso hay que
buscar periodicidad, coherencia en el móvil, un modelo de conducta que se pueda
reconocer o identificar y que nos ayude a encontrarlo.
A Dasombrío le
pareció oportuno ilustrar las implicancias de construir un perfil criminal en
el marco de una investigación policial como la que tenían entre manos.
–Hemos tenido casos
célebres de asesinatos múltiples en Argentina, pero este asesino serial
representa un desafío distinto. Los homicidas múltiples matan por motivos más
que nada emocionales, en un arrebato violento. En cambio, estos asesinatos son
planificados.
Tomó un volumen de
tapas duras de su maletín y lo blandió ante ellos.
– ¿Ven este libro?
La frase de cabecera del autor, John Douglas, es: “Si quieren entender al
artista, analicen su trabajo”. Douglas escribió tres libros sobre el tema; uno
de ellos es un clásico. Se llama Cazador de Mentes: dentro de la unidad de
crímenes seriales del FBI. Él dirigió investigaciones en la unidad de
Ciencias del Comportamiento durante 20 años. Recomiendo su lectura. Para
construir el perfil de un asesino serial, los especialistas del FBI analizan la
escena del crimen desde una perspectiva distinta a los demás peritos en
criminalística: un perfilista no busca huellas digitales, muestras de sangre,
semen, cabellos o algún tipo de evidencia que sirva para una condena, sino que
trata de identificar en la escena del crimen los rasgos que permitan establecer
cómo es la personalidad del homicida –explicó.
En las oficinas
contiguas sonaban los teléfonos. Era una hora de frenética actividad en la Central,
con agentes yendo de un lado para otro, como dejaban adivinar las sombras
detrás de los vidrios.
“Hacer un perfil
criminal sirve como herramienta, pero no resuelve todo, solo es una ayuda y
asistencia a la investigación: definir un perfil, para orientar la búsqueda y
achicar el rango de posibles sospechosos. Construir el perfil es tanto ciencia
como arte, así que no esperemos resultados inmediatos; estos casos se resuelven
más por detalles que por perfiles. En la medida en que combinemos lo que yo
hago, más el análisis de materiales y la escena del crimen, protocolos y autopsias,
fotografías, reportes policiales, el estudio de las víctimas, pongamos juntos
todos esos datos y los resultados de la investigación, tenderemos una red que
en algún momento nos permitirá atraparlo. Pero sepamos que puede ser difícil. Douglas
escribió: ‘Sometimes, the Dragon wins; a veces, el Dragón gana’”.
CAPÍTULO XII (fragmento)
–He leído que gran parte del agua que después baja
a los valles se origina en las Sierras Grandes, en vertientes y arroyos como este,
que van formando ríos –comentó uno de los turistas.
–Sí, aproximadamente un 75 por ciento del agua de
toda la provincia nace acá. Muchísimos cursos de agua descienden de las
montañas y pampas de altura y alimentan los arroyos y ríos que desembocan en
valles y diques. Las crecientes son verdaderos espectáculos, aunque no dejan de
ser peligrosas.
– ¿Pero son realmente tan peligrosas?
–El 6 de enero de 1992 el arroyo Noguinet, que en
invierno es apenas un hilo de agua, se convirtió en una pared líquida de
CAPÍTULO LV (fragmento)
El avistaje de ciervos se
realiza en salidas grupales de 20 personas, conducidas por guías profesionales
que las acompañan a avistaderos ubicados estratégicamente, donde se puede
apreciar la belleza del ciervo colorado y la flora y fauna típicas del monte
pampeano.
El bosque de caldén vibra con el
ruido de las cornamentas al chocar: luchan por la posesión del harén. Al llegar
al avistadero, ya es posible apreciar en el descampado a los machos, cada uno
con su grupo de hembras, que conviven con ellos en la época de procreación.
Giran en círculos y braman, irguiendo la cabeza y sacudiendo las cornamentas,
desafiándose.
La experiencia de avistaje es
única: ver a uno de estos machos con la cercanía que proporcionan los
binoculares produce una sensación inenarrable, ya que muchos de ellos son
ejemplares magníficos, de gran porte y cornamenta, y hermoso pelaje. Con
justicia, es llamado “el rey del monte pampeano”.
Foto tomada en el encuentro de Narrativa en Biblioteca Córdoba, viernes 27/9/2024.